Día de regocijo el 24 de septiembre del presente, cuando la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) se declara competente para dirimir en el caso Bolivia – Chile respecto la demanda marítima boliviana
El 24 de septiembre, marca dos escenarios uno, el que queda atrás. Era el tiempo de la diplomacia chilena sostenida por la tesis de Abraham Koening que refleja con ruda y fría franqueza la voluntad del vencedor, la misma que “abriga la convicción de que un puerto propio no añadiría nada al comercio ni al poder de Bolivia“. Este tiempo es el de las frustraciones e infortunios para la diplomacia boliviana sometida a las estratagemas de sucesivos gobiernos chilenos convencidos de que sus derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones. Este espacio de falaces argumentos chilenos, anacrónico y despiadado es superado por otro: el escenario de la verdad
En este otro escenario, la diplomacia boliviana asume la delicada misión de encarar jurídicamente el derecho soberano que tiene Bolivia sobre las costas del Pacífico. Como primera medida ven la necesidad de conectarse con el mundo para difundir el sentir boliviano y sus pretensiones; en tal afán acuden a la CIJ -órgano principal de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) encargada de decidir conforme al derecho internacional las controversias de orden jurídico entre Estados- a fin de demandar los derechos de Bolivia. Es de esta manera que se configura un nuevo tiempo, el tiempo de innovar estrategias, que permiten acercarnos coherente y gradualmente al objetivo que persigue el interés nacional. A diferencia del primer escenario, en éste, las reglas de juego que regirán el comportamiento de ambos países son de carácter vinculante; es decir, están enmarcadas y reguladas por el derecho internacional al cual los Estados en controversia se subordinan sin perder su atributo de soberano y, por lo tanto, están obligados a acatar; lo que supone –al mismo tiempo- amplia coordinación con la CIJ
No obstante de ello, Chile con la pretensión de minimizar el éxito conseguido por la diplomacia nuestra, utiliza el singular discurso de siempre cuyo contenido, impregnado de argucia, muestra su territorio incólume, íntegro y, por consiguiente, Bolivia no habría ganado nada. Si bien para los bolivianos el dictamen emanado de la CIJ., es un paso fundamental; no deja de preocupar el fondo de la afirmación de sus principales actores políticos, de defender su territorio con todos sus “argumentos”.
El 24 de septiembre, marca dos escenarios uno, el que queda atrás. Era el tiempo de la diplomacia chilena sostenida por la tesis de Abraham Koening que refleja con ruda y fría franqueza la voluntad del vencedor, la misma que “abriga la convicción de que un puerto propio no añadiría nada al comercio ni al poder de Bolivia“. Este tiempo es el de las frustraciones e infortunios para la diplomacia boliviana sometida a las estratagemas de sucesivos gobiernos chilenos convencidos de que sus derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones. Este espacio de falaces argumentos chilenos, anacrónico y despiadado es superado por otro: el escenario de la verdad
En este otro escenario, la diplomacia boliviana asume la delicada misión de encarar jurídicamente el derecho soberano que tiene Bolivia sobre las costas del Pacífico. Como primera medida ven la necesidad de conectarse con el mundo para difundir el sentir boliviano y sus pretensiones; en tal afán acuden a la CIJ -órgano principal de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) encargada de decidir conforme al derecho internacional las controversias de orden jurídico entre Estados- a fin de demandar los derechos de Bolivia. Es de esta manera que se configura un nuevo tiempo, el tiempo de innovar estrategias, que permiten acercarnos coherente y gradualmente al objetivo que persigue el interés nacional. A diferencia del primer escenario, en éste, las reglas de juego que regirán el comportamiento de ambos países son de carácter vinculante; es decir, están enmarcadas y reguladas por el derecho internacional al cual los Estados en controversia se subordinan sin perder su atributo de soberano y, por lo tanto, están obligados a acatar; lo que supone –al mismo tiempo- amplia coordinación con la CIJ
No obstante de ello, Chile con la pretensión de minimizar el éxito conseguido por la diplomacia nuestra, utiliza el singular discurso de siempre cuyo contenido, impregnado de argucia, muestra su territorio incólume, íntegro y, por consiguiente, Bolivia no habría ganado nada. Si bien para los bolivianos el dictamen emanado de la CIJ., es un paso fundamental; no deja de preocupar el fondo de la afirmación de sus principales actores políticos, de defender su territorio con todos sus “argumentos”.