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domingo, 30 de diciembre de 2012

Carlos Mesa pone de relieve su discrepacancia con García Linera a tiempo que desecha el lenguaje agresivo sin dejar de reconocer la acción negativa de Chile que no entra en materia. sigue negando nuestro derecho al MAR.


Tenemos diferencias muy profundas con un gobierno cuyo autoritarismo y lógica de hegemonía política y concentración inaceptable del poder, no es saludable para nuestra democracia, pero esto no nos impide respaldar con claridad las palabras, quizás innecesariamente adjetivadas, pero inequívocamente veraces del Vicepresidente en la cuestión marítima
Es verdad que tanto el Presidente como el Vicepresidente se expresan frecuentemente con agresividad innecesaria y utilizan adjetivos que las más de las veces buscan la descalificación de sus adversarios.
Siempre he pensado que en la vida pública el uso de un lenguaje dominado por ese tono es innecesario y, sobre todo, contribuye poco a la reflexión y a la persuasión, pero en el caso que analizaremos la forma no desdibuja el fondo.
Álvaro García Linera ha dicho que “Chile es un mal vecino, es un gobierno agresor, es un gobierno que no busca el diálogo sincero, es un gobierno que no da una salida al mar a un país que nació con mar”.
Los internacionalistas, exministros y analistas especializados, podrán criticar la dureza de los términos del Vicepresidente, pero lo que no podrán es objetar la verdad incuestionable de lo que ha dicho.
Chile fue el país agresor en la Guerra del Pacífico y no está demás que se recuerde y se subraye. La acción que inició la conflagración bélica de 1879 fue la invasión a Antofagasta llevada a cabo por barcos y tropas chilenos. Chile no busca un diálogo sincero. Lo hemos vivido muchos gobiernos. Mencionaré simplemente la destemplada respuesta de Santiago tras las negociaciones y el diálogo promisor de 1987, la propia experiencia que viví en mi gobierno y, desde luego, los cuatro años de promesas e interminables cuanto estériles reuniones que sostuvieron los gobiernos de Bachelet y Morales. Cuando el Gobierno boliviano planteó que ya se había avanzado lo suficiente para comenzar a discutir específicamente el tema del mar, tanto la administración de Bachelet como la de Piñera comenzaron las dilaciones, que terminaron por exasperar a Morales que había pensado con gran dosis de ingenuidad y buena fe que la lógica de la “diplomacia de los pueblos” y la aparente voluntad positiva de la presidenta chilena, auguraban una solución a nuestra mediterraneidad.
Finalmente, García Linera dijo lo evidente, el (los) gobierno(s) de Chile no le da a Bolivia una salida al mar, país que nació con mar. Decirlo no es una perogrullada porque es parte de una campaña en todos los escenarios internacionales que nunca debió dejarse de lado. ¿Es descabellado decir, en consecuencia, que Chile es un mal vecino?
El discurso del presidente Morales el 23 de marzo de 2011 respondió a esa actitud inaceptable por parte del Gobierno chileno. Se podrán hacer diversas valoraciones en torno a los caminos que Bolivia debe seguir sobre el particular, opinar de diferente manera sobre la conveniencia o inconveniencia de un juicio contra el vecino país en estrados internacionales, pero lo que debe respaldarse sin dudarlo es el giro del Gobierno, que no fue producto de un capricho, sino el resultado de una constatación empírica que le costó algo más de cuatro años comprender, pero que evidencia lo que en un largo pasado comprobamos tantos gobiernos de Bolivia. Que Chile no tiene una real voluntad de resolver la cuestión en términos posibles, racionales y justos. Pocos de quienes no se cansan de criticar la demanda boliviana (incluidos muchos compatriotas) reparan en que la propuesta del país se ha hecho y se sostiene en unos términos de sensatez más que destacable. Un pequeño corredor con continuidad territorial que una nuestro territorio con el mar. Una franja que permita la construcción de un puerto o la conexión con el puerto de Arica. Una extensión de costa que probablemente esté en el rango de 10 kilómetros lineales y que además no fragmenta el territorio chileno. Todo esto sobre la base de una palabra: soberanía.
Pues bien, esa propuesta harto modesta, considerando los 120.000 kilómetros cuadrados arrebatados y los más de 400 kilómetros de costa usurpados, no es aceptada por un país que tiene, sin contar su territorio antártico, más de 4.300 kilómetros de costa marítima.
El Vicepresidente, más allá del tono, no hace otra cosa que poner sobre la mesa una verdad incontrastable y plantea algo que ya hicimos varios gobiernos y que debe ser indeclinable política exterior del país. Decirle a la comunidad internacional que sí hay un problema pendiente con Chile. Un problema grande que afecta a las relaciones bilaterales, a las trilaterales —incluyendo al Perú— y a un genuino proceso de integración sudamericano y latinoamericano. Decirles a los países del mundo que en el camino de fortalecimiento de un bloque sudamericano de naciones basado en el intercambio y la complementariedad económica, la demanda marítima boliviana es una prioridad y su solución un imperativo.
Tenemos diferencias muy profundas con un gobierno cuyo autoritarismo y lógica de hegemonía política y concentración inaceptable del poder, no es saludable para nuestra democracia, pero esto no nos impide respaldar con claridad las palabras, quizás innecesariamente adjetivadas, pero inequívocamente veraces del Vicepresidente en la cuestión marítima.

El autor fue Presidente de la República
http://carlosdmesa.com/ 
Twitter: @carlosdmesag

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