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domingo, 10 de enero de 2016

Carlos Mesa vocero de Bolivia para el tema del MAR, puntualiza una vez más, que fue Chile que rompió relaciones diplomáticas y que Bolivia no ha variado un ápice al reclamar una "salida soberana al Pacífico" condición para sentarse a la mesa, que tiene dos agregados aguas del Lauca y aguas del Silala, integradas hoy a la reclamación global según Choquehuanca.

En 1978 Bolivia rompió relaciones con Chile por una sola razón, el incumplimiento por parte de Santiago de su promesa de otorgarle al país un acceso soberano al mar. (El 26 de noviembre de 1976 Chile bloqueó la negociación al negarse a considerar la contrapropuesta peruana al documento boliviano-chileno).
Desde 1978 a hoy los dos países hemos mantenido, con sus altos y bajos, una vinculación consular y un nivel de diálogo razonable sobre muchos temas de interés común. A nadie se le escapa que nuestros intereses comunes son muy importantes y que buena parte del comercio exterior de Bolivia pasa por territorio chileno, lo que exige una relación permanente. En consecuencia, no son cuestiones operativas ni la rutina del intercambio binacional ni la evidencia concluyente de nuestra vecindad, las que definen en este caso específico la lógica del restablecimiento de las relaciones diplomáticas.
La decisión tomada por el presidente Banzer en su momento respondía a una causa nacional y a una afirmación explícita ante la comunidad internacional. No tenemos relaciones porque hay temas pendientes entre ambos países. Mientras esos temas no sean abordados con la voluntad de resolverlos no se restablecerán los lazos diplomáticos.
En 2015 el presidente Morales expresó en más de una oportunidad su deseo de iniciar una negociación bilateral con Chile que busque una solución a nuestro enclaustramiento forzado, e impulsó la idea de que esa negociación tenga como piedra fundamental la reanudación de relaciones diplomáticas. Todo esto en el contexto de la vigencia de la demanda presentada por Bolivia ante la CIJ y el desarrollo del juicio hasta conocer un fallo definitivo. En el mismo periodo, el Gobierno de Chile ha insistido, más allá de los matices, en una posición. El canciller Heraldo Muñoz propuso restablecer relaciones pero expresó que hacerlo no implicaba una negociación para darle un acceso soberano al mar a Bolivia. En los primeros días de 2016 inopinadamente el embajador especial Gabriel Gaspar llegó a Bolivia para afirmar que quien rompió el diálogo entre los dos países fue Bolivia, e insistir en la ya manida frase de ofrecer “relaciones diplomáticas aquí y ahora”, con el añadido de las palabras “sin condiciones”. A las pocas horas, tanto el ministro Muñoz como el agente José Miguel Insulza minimizaron la visita de Gaspar. Curiosa visita sobre asuntos consulares en la que oficiosamente se ratifica la oferta chilena de reanudación de relaciones diplomáticas. La citada oferta, qué duda cabe, expresa la posición de La Moneda. ¿Cómo entenderla? Desde la óptica chilena, que Bolivia no condicione las relaciones a la solución de su enclaustramiento. Desde la boliviana, que Chile no condicione la reanudación de relaciones a no negociar nuestra soberanía.
El documento presentado por el canciller David Choquehuanca el 6 de enero define con claridad y sin equívocos la posición boliviana que debería cerrar un ir y venir de propuestas, que no hacen sino distraer y confundir a la comunidad internacional. Choquehuanca precisa que quien rompió el diálogo fue Chile y recuerda el último esfuerzo boliviano de activar la mesa de negociación en el acápite seis (el mar) de la Agenda de los 13 puntos acordada por los presidentes Morales y Bachelet. Entonces, el pedido boliviano se estrelló con la negativa del Gobierno de Sebastián Piñera. Corría 2010.
Pero lo esencial es que una eventual reanudación de relaciones debe tener como único objetivo resolver definitivamente las grandes cuestiones pendientes. La idea genérica y abstracta de un diálogo como objetivo no tiene sentido, porque Chile sabe perfectamente cuál es el nudo gordiano a resolver. El diálogo y la negociación son un medio, no un fin en sí mismo. Choquehuanca apunta que además del mar hay dos cuestiones de singular importancia: el desvío unilateral e inconsulto de las aguas del río Lauca que motivó la ruptura de relaciones en 1962, y el uso arbitrario de las aguas manantiales del Silala durante varias décadas.
Así, el debate genérico sobre quién tiene o no tiene voluntad de diálogo carece de sentido. No estamos a la caza de acciones simbólicas para la platea internacional, queremos la voluntad política y la buena fe indispensables para conseguir el objetivo de resolver esos problemas pendientes. Entendida de ese modo, la decisión de reanudar relaciones para dialogar no puede sino incorporar como elementos imprescindibles los tres asuntos citados y explicados por Choquehuanca.
En 2000 los ministros de RREE de ambos países, Javier Murillo y Juan Gabriel Valdez, habían acordado una agenda sin exclusiones, concepto mucho más adecuado para iniciar un camino constructivo entre ambos países que el de relaciones “sin condiciones”. Ese espíritu seguido en 2006 fue quebrado por Chile de modo radical a partir de 2010.
Si estas premisas para un diálogo bilateral no son comprendidas por Santiago, parece inevitable esperar el fallo de la Corte Internacional que será el producto de la evaluación de los méritos de los dos países litigantes.

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