A veces pienso que nuestro país tropieza de aquí para allá en piedras de caprichos megalómanos. Un ejemplo es el giro de 180º en la política, o politiquería, con que se engrupió a los bolivianos en creer que Chile por buenito iba a devolver un cordón umbilical al Pacífico. Se hinchó de soberbia Evo Morales, con la multitud –quizá “incentivada” como los ‘movimientos sociales’ que le apoyan–, que gritaba ‘mar para Bolivia’ en el Estadio Nacional de Santiago. Ni se consultó al Perú, forzoso tercero en cualquier solución.
Como en esos juegos de dados que gana el primero en llegar a la meta, hoy estamos castigados a volver al inicio. Luego de la cachaña chilena, ¿se dio un golpe de timón a la diplomacia boliviana, poniendo en la Cancillería a personas versadas en el tema marítimo, después de la desidia nuestra de 1879, y el embrollo de la conjura chileno-peruana de 1929? No. Sobrevino otro giro de 180º para volver a lo mismo, mientras que el relacionamiento exterior trastrabilla a cargo de un experto en desayuno escolar de coca y sexo entre las piedras.
Cómo no mencionar a un peruano formado en Cochabamba, novelista y ensayista de éxito, premio Nobel de Literatura 2010. Para no atizar enconos de resentidos indigenistas en Bolivia, sin referir que es Marqués de Vargas Llosa, título nobiliario que el Rey de España le otorgara. En su paseo por Santa Cruz de la Sierra y Misiones Jesuíticas Chiquitanas, aseveró que no conspira contra el régimen de Evo Morales, aunque criticó que no se agotaran recursos de negociación con Chile y Perú en la centenaria demanda boliviana, por territorios que fueran bolivianos y peruanos antes de la Guerra del Pacífico de 1879-1883. Y diría yo, de 1879 a 1904 y 1929. Y hasta que las velas no ardan, hasta que prime la sensatez y Bolivia tenga acceso soberano al Pacífico.
Un repaso a las relaciones entre Bolivia, Chile y Perú muestra que al principio la hegemonía en el Pacífico sur era la clave. El primer encontrón fue para desbaratar la Confederación Perú-Boliviana, que dominaría el mar que hoy titulan chileno. Terminó en Paucarpata, batalla sin librar en que las tropas chilenas se corrieron de una derrota segura, dicen que porque Santa Cruz y Blanco Encalada eran masones. En el segundo encontrón, al mando de Bulnes, volvieron los mismos soldados con las mismas armas en las mismas naves, destreza marina ejercitada con tropas argentinas que liberaron Chile en 1816, y luego Perú. Derrotaron a Santa Cruz en Yungay (1839) con la ayuda de opositores a la Confederación Perú-Boliviana, proyecto visionario que naufragó.
El año 1879 inició el tercer (y más lacerante, porque se perdió el acceso al mar), encontrón boliviano/peruano-chileno. La guerra para Bolivia terminó en 1880, en la Batalla de Tacna. Los bolivianos la llamamos Alto de la Alianza, quizá ajenos a la vergüenza de abandonar al aliado. En las alturas de Inti Orco, como en el fútbol, el soldado boliviano ‘peleó como nunca, perdió como siempre’. La capital peruana fue ocupada por Chile por dos años, y su emblema de heroísmo, el monitor Huáscar, boga como trofeo de guerra en la base naval de Talcahuano. Si el almirante Grau es héroe emblemático del Perú, en Bolivia el civil Abaroa es mártir. Pocos conocen los trajines de la “división perdida”, como la llamó el general Juan Lechín Suárez al analizar la tragedia de un camino inexistente al Litoral. Desnuda la historia de anti-héroes cobardes o angurrientos, que han llegado a presidir esta patria digna de mejor suerte.
Hoy en día la situación es otra. Chile puso una cuña entre Bolivia y Perú, con la cláusula del Pacto de Ancón que prohíbe ceder a terceras potencias –nuestro país– territorios que antes fueron peruanos. Perú todavía tiene propiedades en Arica, que dan la ilusión de no haber perdido todo. Lograda la supremacía en el Pacífico sur, Chile ha pugnado que las relaciones con el vecino del norte se afiancen con inversiones, que superan las que Perú tiene en el vecino del sur de la ‘Línea de la Concordia’. Lean el poema reciente de su ex presidente Alan García, sobre la batalla de Chorrillos previa a la toma de Lima: evidencia que entre las cenizas todavía hay tizones. ¿Y nuestro país? Interpuso una demanda ante la Corte Internacional de La Haya, como si ese tribunal pudiera enderezar entuertos territoriales mundiales basados en la fuerza.
El reciente fallo de La Haya sobre los límites marítimos entre Chile y Perú podría favorecernos, de no mediar la ignorancia atrevida sobre el río piscícola de la Corriente de Humboldt, de algún comentarista deportivo que se volvió embajador que resumió el fallo con un liviano ‘Perú ganó el mar y Chile se quedó con los peces’. Porque en las 80 millas de mar territorial que conservó Chile, podría estar el pedacito de mar que reclamamos, junto con el cordón umbilical de territorio soberano al norte de Arica.
Hoy un reclamo laboral en Iquique tuvo varados a centenares de camiones bolivianos. ¿No fue campanazo para mejorar conexión a Ilo, Mollendo y Matarani y no depender de puertos chilenos? Ante todo, recordemos el consejo de Vargas Llosa: hay que negociar con Chile y con Perú. Si el uno puso el candado y el otro tiene la llave, Bolivia tiene el potencial económico para que el sur peruano y el norte chileno progresen: el comercio. Y Brasil es nuestro aliado. Necesita llegar al Pacífico y comerciar con Asia; no es suficiente el bypass de la Bolivia cocalera por el sur al megapuerto de Mejillones, y por el norte, larguísimo, por Perú.
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