Rara vez surgen visiones imaginativas que propongan una solución verazmente realizable para que el país obtenga una salida al mar. Tradicionalmente las soluciones se enmarcan en ese revestimiento (suma cero) que imperativamente y a priori exige una “salida libre, soberana y útil” al Pacífico. Cualquier solución que no conlleve estas características, especialmente la de soberanía, simplemente no es considerada aceptable.
Estos tres componentes juntos han conspirado contra una solución, pues quienes tienen el candado y la llave siempre han impugnado, con una u otra objeción, la invariable posición boliviana. Nuestra ausencia de flexibilidad o una solución subóptima han contribuido a este estado de cosas.
He leído un interesante trabajo del académico Fernando García Argañarás titulado Memoria, historia e identidad en la política exterior boliviana hacia Chile bajo Morales. Sostiene que la principal fuente de inestabilidad bilateral y potencial conflicto en Sudamérica consiste en temas de memoria, identidad y nacionalismo y que el potencial para conflictos interestatales (no necesariamente violentos) entre ambos países, en gran medida, involucra disputas sobre historia y territorio, vinculados al legado no resuelto de la Guerra del Pacífico.
García Argañarás aboga por un curso de acción factible. Cualquier solución a largo plazo debe contar con el acuerdo chileno más. Ello no da lugar a cualquier curso de acción que busque un juego de suma cero en el que Bolivia recupere soberanía a expensas de Chile. Tal vez, sostiene, esta opción podría hipotéticamente existir, si Bolivia tuviera el poderío militar para imponerla. La idea que la presión multilateral lleve a Chile a conceder soberanía a Bolivia es también tan solo una expresión de deseo.
Lo que queda a Bolivia es una política exterior de doble vía que entreteja esfuerzos multilaterales con los intereses de ambos países. Es decir, una política que adelante, muy aceleradamente, la agenda multilateral de integración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), simultánea a negociaciones bilaterales amplias.
Una política de doble vía calzaría tanto en el contexto de un proceso de globalización como en el de un emergente proceso de formación de bloques geopolíticos. Podría poner en la mesa de discusión todos los temas e intereses bilaterales clave y esforzarse en obtener un resultado doblemente ganancioso en el marco de una acelerada integración. La construcción de un nuevo nivel (regional) de soberanía es la única manera de superar el juego de suma cero de la soberanía nacional. No se trata de que los límites nacionales se borren, pero perderían su significancia actual, ya que la soberanía nacional disminuiría en importancia. La integración, por tanto, facilitaría la otorgación de un corredor al mar a Bolivia en la medida en que ambos Estado-naciones acepten límites a sus soberanías individuales bajo el paraguas de la Celac.
Independientemente de poder estar de acuerdo o no con el contenido total o parcial de este bien argumentado punto de vista, se trata de un esfuerzo imaginativo desde la perspectiva académica que contiene elementos ciertamente valiosos.
Es preciso trascender la visión aldeana de nuestra política exterior y ubicarse en un mundo globalizado con posibilidades ilimitadas en cuanto a soluciones a problemas que afectan la paz regional. Las soluciones subóptimas, que son factibles en el presente, con el tiempo y buena voluntad, podrán llevarnos a la solución óptima que buscamos por más de 100 años.
* Abogado e internacionalista
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