Un carajazo recorre Bolivia cada 23 de marzo y la brisa nos trae, desde el Pacífico, reminiscencias marinas con olor a guano y salitre. Han pasado 138 años y aún nos duelen la Retirada de Camarones, el desastre de San Francisco y la deriva por el desierto de Atacama de nuestra Quinta División fantasma. Así perdimos la guerra, por puro ‘despiste’, incluido el incomprensible fallo informativo de la invasión chilena de Antofagasta (14.02.1879). Ya se ha descartado, por falsa, la ocultación de la noticia por el presidente Hilarión Daza, en días de Carnaval. (Véase el artículo Cuentitos carnavalescos, del periodista Juan José Toro Montoya / Los Tiempos, 12.02.2015).
A partir del gasolinazo de García Linera que hizo temblar los cimientos de Palacio Quemado, en 2010, Evo Morales se ha vuelto patriotero como los presidentes ‘neoliberales’ que le precedieron. Se ha empeñado en recuperar el mar en la Corte de La Haya, pero lo único que conseguirá –si todo sale bien– será una amable invitación al diálogo entre Chile y Bolivia, “diálogo de buena fe” y al calor de un mate de coca de Chapare. En ese hipotético encuentro hablaríamos de todo, menos de lo que nos importa. ¿Hablaríamos? La verdad es que, rotas nuestras relaciones diplomáticas con Chile, en 1963, es difícil que Chile acepte dialogar con Bolivia al embate de las olas de insultos y altercados fronterizos de por medio. La Haya o no La Haya, Chile seguirá mareando la perdiz y protegiendo sus intereses.
En estos días se han publicado variaciones sobre el mismo tema: Las mentiras de Chile (EL DEBER, 23.03.17), artículo firmado por Juan José Toro Montoya, y Mediterraneidad mental (EL DEBER, 24.03.17), por Alfonso Cortez. La crítica de Toro Montoya al canciller chileno, Heraldo Muñoz, me parece apropiada pero errónea, porque reduce la política internacional de Chile a coyunturas de partido o a caprichos dictatoriales. Chile no funciona así. Las cuestiones de Estado no se modifican con los cambios de Gobierno, tal como ocurre en Bolivia, donde la política exterior depende del humor de cada presidente o de crisis políticas internas. En 2007, Evo Morales no hablaba de recuperar el mar perdido mientras piropeaba a su ‘hermana’ Bachelet. Aún resuenan los “¡Viva Chile!” de los ponchos rojos al desfilar por las calles de Santiago. En cuanto a la ofensa racista del almirante Merino (+), en tiempos de Pinochet, ellas siguen siendo inadmisibles y Toro Montoya hace bien en recordárnosla.
El comentario de Alfonso Cortez es interesante. Solo cabe una observación. Bolivia no puede “seguir el ejemplo y vocación de Panamá… como un país de tránsito”, porque no somos Panamá ni tenemos canal interoceánico. A Panamá le sobra mar y a nosotros nos falta. ¿La solución aérea por Viru Viru sería rentable? // Madrid, 31.03.2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario