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lunes, 11 de marzo de 2013

Gastón Cornejo nos lleva de la mano a la ciudad de Antofagasta (capital del departamento del Litoral boliviano) y recorremos con él hasta llegar al Puente Calama, símbolo de la bolivianidad y nos rendimos ante Eduardo Abaroa héroe defensor del territorio usurpado por el pertinaz invasor

Se aproxima la fecha de la heroicidad cumbre en la historia patria. La inmolación de don Eduardo Abaroa, el 23 de marzo de 1879 en Calama sobre el río Loa. 134 años escuchando y repitiendo el aniversario de este evento tan lejano en el tiempo y en el espacio, desconocido para muchos bolivianos.

Estudiante de La Salle, marchaba bien uniformado sin comprender la esencia de esta heroicidad frustrada en el resultado final de la derrota en el Campo de Tacna sin digerir aún la otra derrota de 1904 en el Congreso, firmada por traidores liberales.

Ya bachiller de humanidades me tocó viajar repetidas veces durante un decenio desde Oruro a Antofagasta en el tren internacional, dos a tres días en cómodo camarote sorteando el Salar de Uyuni, el gélido clima altiplánico y la visión perturbadora de un paisaje lunar con volcanes y serranías desiertas. Ollague, finalmente la aproximación al puerto húmedo y pleno de olores marinos de Antofagasta.

Previo a este paisaje tan caro para los bolivianos, se llegaba a un pueblo tranquilo y limpio denominado Calama. Allá, el tren detenido una hora permitía el tiempo suficiente para dar un vistazo a sus calles, a recorrer sus mercados, a conocer rostros humanos distintos pero aún tallados a la imagen de los nuestros, altiplánicos de origen asiático. Seguían siendo kollas, aymaras. El Hombre de Atacama se perpetuaba.

Esa era la evocación habitual de mis viajes de estudio. Graduado de médico en Santiago logré un puesto de trabajo en una salitrera en el norte grande, al interior de Tal Tal, 500 kilómetros al sur de Antofagasta. Allá fui muy bien recibido en el hospital de la salitrera gracias a los benefactores, los doctores Genaro Mariaca de La Paz y Canelas de Cochabamba, ambos habían sembrado afectos en toda la pampa chilena.

Un día trabajando en el territorio boliviano usurpado, acompañé a un paciente delicado de salud transportándolo hasta el hospital de Antofagasta. Aproveché la estadía para visitar a la familia de una apreciada enfermera, residente en Calama donde gusté de una tarde serena en el oasis glauco de elevados pastizales que llena de brotes aledaños a las orillas del río Loa. Ahí encontré el famoso puente donde cayó mortalmente herido el héroe del Topáter.

Cuanto amor a la cultura chilena pero qué desafecto a su historia de usurpación, latrocinio y despojo con nuestra Bolivia en 1879. En verdad, prepararon adulando a Melgarejo, la invasión territorial 40 años previos, y ejecutaron la violencia apoyados por Inglaterra con la venia de cómplices nacionales accionistas de Huanchaca. Nos dejaron enclaustrados hasta el presente. Con Pinochet minaron nuestras fronteras y, según denuncias fundadas, adelantan hitos en la frontera. 

La línea es imaginaria y tres conscriptos, persiguiendo el contrabando, habrían pasado límites, fueron tomados rehenes; tratados con saña política, finalmente liberados. 

El Gobierno reconoce sus valores y los condecora, quizá desmesuradamente pero es una válida respuesta ante el odio acumulado de las autoridades chilenas actuales.

En la patria, por antipatía al gobernante se ha criticado todo el proceso favoreciendo el discurso hitleriano de Piñera, revelando nuestra desunión. Convoquemos a la unidad nacional en pos de la reivindicación marítima con soberanía y respeto a los derechos usurpados. 

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