El tratado del
1904 no está muerto
Mauricio Aira
Lamento contradecir
al Jefe de Estado más en materia de historia y de Derecho Internacional no se
pueden cambiar los hechos con una expresión “alegre y traída por los pelos”,
que pasaría desapercibida de no haber sido pronunciada nada menos que por el Presidente
del Estado,, en un momento de confrontación ideológica inquietante con nuestro
vecino.
Abraham Koening
plenipotenciario que fuera en Bolivia 1901 pronunció en forma brutal los
argumentos que dieron base al mal llamado “Tratado de Paz y Amistad” que por
desgracia nuestros mandantes fueron ratificando uno tras otro hasta estos días “nuestros
derechos nacen de la victoria, ley suprema de las naciones” para nada oyó las
réplicas bolivianas “que el Litoral es rico y que vale muchos millones ya lo sabíamos.
Lo guardamos porque vale, que si nada valiera, no habría interés en su
conservación”.
Desde la
agresión del 14 de febrero de 1879 han transcurrido 133 años y Chile se aferra “uñas
y todo” al famoso tratado suscrito 25 años después bajo una permanente presión
porque con él obtuvo plata, cobre, boro, molibdeno, azufre, litio, caliza,
cuarzo, puzolana, etc., que son todavía la fuente de un 70% de las
exportaciones con cuyo producto fortalece a sus FFAA muy por encima de las
grandes naciones de América Latina como Brasil o Argentina, para desanimar
cualquier intento de recuperar por las armas, lo que por las armas obtuvo a
partir del asalto al puerto de Antofagasta.
Por desgracia
para todos los que amamos a nuestra Patria el tratado no está muerto. Es “el
instrumento legal” con que Chile sometió a Bolivia y es una de las causas para
la pobreza que ha convertido a nuestro país en el penúltimo del continente. Cuando
se obtuvo el total respaldo para situar el problema de la salida al mar en un
plano continental (OEA: 1979) no hubo consecuencia de nuestra Cancillería en
exigir unas negociaciones que condujeran a la solución esperada a partir
siempre del malhadado documento que “no está muerto” más al contrario es “la
espada de Damocles” con que Chile defiende su “sinrazón”. Cuánta razón tuvo
Juan Pereira Fiorilo al proponer que la OEA por su ineficacia debió trasladar
el asunto al seno de las Naciones Unidas.
Si mantener la
paz y la seguridad es el primer propósito de la ONU tomando medidas eficaces
para eliminar amenazas a la paz y seguridad suprimiendo todo intento de
agresión sino que esgrimiendo la justicia y el derecho, entonces debe ser este
organismo que lleve al ajuste, al arreglo pacífico del entuerto entre Bolivia y
Chile. La única forma “de matar al tratado del 904” es por esta vía,
conformando una comisión de juristas ajenos al Continente, al margen del
Consejo de Seguridad pudiera recomendar las soluciones a la Asamblea.
Bolivia no
reclama obtener de retorno toda su extensa costa de 400 kilómetros como en
justicia le correspondería, sino un acceso a un puerto de aguas marinas
profundas en compensación por el enorme daño económico causado a la Patria
desde la toma de la costa por sus ejércitos.
Varios de
nuestros historiadores han demostrado con cifras contundentes que la economía
chilena crece y se desarrolla a partir de la riqueza que capturó a Bolivia por
lo que está en deuda económica si se aplicase las cláusulas del daño emergente
y lucro cesante en Antofagasta, Calama, Cobija, Mejillones, Tocopilla y otras
poblaciones que forman parte del departamento de Antofagasta. Potenciar la
relación con Brasil mostrándole que podría beneficiarse de los acuerdos que
Bolivia suscribió con Perú para facilitarle transporte de y por Ilo. Robustecer
la relación con Argentina. Desalentar el tránsito por Arica e Iquique y
priorizar Matarani e Ilo para mostrar a sus pobladores que la relación justa
con Bolivia es vital para su economía.
Finalmente
correspondería pedirle a la OEA que borre el tema de su agenda y lo traslade a
la ONU, antes de cacarear sobre la muerte de un acuerdo que está por desgracia “vivito
y coleando”.
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