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jueves, 14 de junio de 2012

rescata nuestro editor la iniciativa de Juan Pereira Fiorilo que propuso trasladar de la OEA a la ONU el tratamiento de una salida al Mar para Bolivia




El tratado del 1904 no está muerto

Mauricio Aira

Lamento contradecir al Jefe de Estado más en materia de historia y de Derecho Internacional no se pueden cambiar los hechos con una expresión “alegre y traída por los pelos”, que pasaría desapercibida de no haber sido pronunciada nada menos que por el Presidente del Estado,, en un momento de confrontación ideológica inquietante con nuestro vecino.
Abraham Koening plenipotenciario que fuera en Bolivia 1901 pronunció en forma brutal los argumentos que dieron base al mal llamado “Tratado de Paz y Amistad” que por desgracia nuestros mandantes fueron ratificando uno tras otro hasta estos días “nuestros derechos nacen de la victoria, ley suprema de las naciones” para nada oyó las réplicas bolivianas “que el Litoral es rico y que vale muchos millones ya lo sabíamos. Lo guardamos porque vale, que si nada valiera, no habría interés en su conservación”.
Desde la agresión del 14 de febrero de 1879 han transcurrido 133 años y Chile se aferra “uñas y todo” al famoso tratado suscrito 25 años después bajo una permanente presión porque con él obtuvo plata, cobre, boro, molibdeno, azufre, litio, caliza, cuarzo, puzolana, etc., que son todavía la fuente de un 70% de las exportaciones con cuyo producto fortalece a sus FFAA muy por encima de las grandes naciones de América Latina como Brasil o Argentina, para desanimar cualquier intento de recuperar por las armas, lo que por las armas obtuvo a partir del asalto al puerto de Antofagasta.
Por desgracia para todos los que amamos a nuestra Patria el tratado no está muerto. Es “el instrumento legal” con que Chile sometió a Bolivia y es una de las causas para la pobreza que ha convertido a nuestro país en el penúltimo del continente. Cuando se obtuvo el total respaldo para situar el problema de la salida al mar en un plano continental (OEA: 1979) no hubo consecuencia de nuestra Cancillería en exigir unas negociaciones que condujeran a la solución esperada a partir siempre del malhadado documento que “no está muerto” más al contrario es “la espada de Damocles” con que Chile defiende su “sinrazón”. Cuánta razón tuvo Juan Pereira Fiorilo al proponer que la OEA por su ineficacia debió trasladar el asunto al seno de las Naciones Unidas.
Si mantener la paz y la seguridad es el primer propósito de la ONU tomando medidas eficaces para eliminar amenazas a la paz y seguridad suprimiendo todo intento de agresión sino que esgrimiendo la justicia y el derecho, entonces debe ser este organismo que lleve al ajuste, al arreglo pacífico del entuerto entre Bolivia y Chile. La única forma “de matar al tratado del 904” es por esta vía, conformando una comisión de juristas ajenos al Continente, al margen del Consejo de Seguridad pudiera recomendar las soluciones a la Asamblea.
Bolivia no reclama obtener de retorno toda su extensa costa de 400 kilómetros como en justicia le correspondería, sino un acceso a un puerto de aguas marinas profundas en compensación por el enorme daño económico causado a la Patria desde la toma de la costa por sus ejércitos.
Varios de nuestros historiadores han demostrado con cifras contundentes que la economía chilena crece y se desarrolla a partir de la riqueza que capturó a Bolivia por lo que está en deuda económica si se aplicase las cláusulas del daño emergente y lucro cesante en Antofagasta, Calama, Cobija, Mejillones, Tocopilla y otras poblaciones que forman parte del departamento de Antofagasta. Potenciar la relación con Brasil mostrándole que podría beneficiarse de los acuerdos que Bolivia suscribió con Perú para facilitarle transporte de y por Ilo. Robustecer la relación con Argentina. Desalentar el tránsito por Arica e Iquique y priorizar Matarani e Ilo para mostrar a sus pobladores que la relación justa con Bolivia es vital para su economía.
Finalmente correspondería pedirle a la OEA que borre el tema de su agenda y lo traslade a la ONU, antes de cacarear sobre la muerte de un acuerdo que está por desgracia “vivito y coleando”.

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